Poéticamente
incorrecta
(prólogo)
Toda
sintaxis es una concepción del mundo, una manera singular de traducirlo y
redefinirlo. No es lo mismo decir: “ahí
está la puerta”
que “la
puerta está ahí”. En el primer caso se privilegia el espacio; en el
segundo, el objeto. Éste es un detalle literario que en un cuento o en una
novela puede (no debería) pasar desapercibido, pero que en un poema es
fundamental que su presencia sea inequívoca. Una perezosa tradición de
formadores (maestras, bibliografía escolar, documentales televisivos, películas)
ha concluido por “entender” a la Poesía según los cánones literarios
del siglo XIX, donde ser “oscuro” siempre es intelectualmente
redituable. Del mismo modo que escribir “bonito” no siempre es sinónimo
de escribir “bien”, ser “oscuro” no es garantía de
“profundidad”. Si Arthur Rimbaud
escribiera hoy sería uno más del montón, un simple malabarista verbal más
preocupado por el cómo que por
el qué, un “lookeador” más
que un “heredero” de sí mismo. Por suerte, éste no es el caso de Noelia
Pollini. Lejos de la fosilización generalizada de lo “poéticamente
correcto” y consciente de que somos
los últimos restos de comida que aún
quedan en el fondo de la olla del siglo XX, Noelia
Pollini opta por una arriesgada actitud
que por estos días resulta paradójicamente
paradójica: ser entendida. Cualquiera enturbia el agua para que parezca
profunda. Ella nos devela la oscuridad que subyace en un vaso de agua
mineral no gasificada. Es en el poema I donde notamos el enrolamiento al
absurdo lógico iniciado por Melville, continuado por Kafka y
clausurado por Camus como el paradigma del aún inextirpable siglo
XX. Poema que posee la musicalidad de una operación matemática, el humor
de una voz robotizada y la ansiosa apatía de un mundo que no sabe lo que
quiere pero lo quiere ya. Ser funcional o ser disfuncional sería entonces
el sucedáneo milenarista del siempre actual “To
be or not to be” shakesperiano.
Victor Uribe, julio de 2005
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Poemas
por
Noelia Pollini
I
Las
mutilaciones existen para los que necesitan confirmar su existencia.
A.A.
existe para el alcohólico que necesita que alguien pronuncie su nombre.
Las
iglesias evangélicas existen para los que necesitan parar de sufrir a los
gritos.
Los
psicoanalistas, para los que necesitan ese delicado y dedicado afecto de
laboratorio.
Los
psicofármacos, para repararle el cerebro a los que lo tienen partido.
Las
paredes acolchadas, para los que necesitan golpearse contra la pared.
El
suero, para las personas deshidratadas.
La
anestesia para los que necesitan no sentir.
Los
padres sustitutos, para los huérfanos.
Las
ganas de enfermar,
en
esta claustrofóbica sanidad.
II
La
certeza del sol
explota
en mis pupilas.
Solo
los dementes lo miran fijamente,
yo
lo miro a través de mis ojos cerrados
que
me hacen ver el extraño y complejo
universo
de mi sangre.
Desearía
ser
mínimamente
celular.
noelitapollini@yahoo.com.ar
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