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NOTA PRELIMINAR
Qwerville,Octubre 25
Queridos hermanos:
En el impracticable milenio pasado, en tiempos
anteriores a la dromofobia y los especificadores de memoria extendida, una
arqueológica exploración psicoanalítica, en su esfuerzo por clarificar el desconcertante
número de observaciones interrelacionadas que representaba el individuo
promedio, condujo al desarrollo de un modelo de estructura del sistema
psíquico que, aún en su precariedad, lograba distinguir tres sistemas
funcionales, o instancias en dicho modelo: el “ello”, el “yo” y el “superyó”. La primera instancia se refería a las
tendencias impulsivas (entre ellas, las sexuales y las agresivas) que
partían del cuerpo y tenían que ver con el deseo en un sentido primario,
contrario a los frutos de la educación y la cultura. Uno de aquellos
pioneros, Seemor Froid
(ciertas publicaciones literarias de la época llamadas “Cyclopaedias” mencionan indistintamente el nombre de
“Segismundo” o Sigmund “Freud”,
cosa, por cierto, poco confiable teniendo en cuenta su ficticia
procedencia) llamó a estas tendencias triebe,
que literalmente significa ‘pulsión’. Un detalle curioso: los primeros
intérpretes de dicho término (acaso por instinto) lo tradujeron
apresuradamente y no sin cierta impropiedad como ‘instinto’. Por suerte,
hoy todos sabemos la diferencia... Pero hablaba de las “pulsiones”. Estas
“pulsiones” exigían una inmediata $atisfuckción,
y eran experimentadas de forma placentera por el individuo, pero
desconocían el principio de realidad y se atenían sólo al principio del
placer (egoísta, acrítico e irracional). Fue entonces
cuando entró en escena el más que popular “yo”: cómo conseguir en el
mundo real las condiciones de $atisfuckción de
esas pulsiones básicas era la pregunta que daba origen a la segunda
instancia. El “yo”, que en ese momento dominaba funciones como la
percepción, el pensamiento y el control motor, pudo concebir sólo un
camino para adaptarse a las condiciones exteriores reales del mundo
social y objetivo: la moderación. Para desempeñar esta función adaptativa de conservación del individuo, el “yo”
debió ser capaz de posponer la $atisfuckión de
las pulsiones del “ello” que lo presionaban para su inmediata concreción.
Fue aquí donde se originó la primera tensión. Para defenderse de las
pulsiones inaceptables del “ello”, el “yo” desarrolló mecanismos psíquicos
específicos llamados mecanismos de defensa. Algunos de ellos, los
principales, fueron:
a)
* La represión: exclusión de las pulsiones de la conciencia
(infantilmente barridas debajo de la alfombra del inconsciente).
b)
* La proyección: proceso de adscribir a otros los deseos que no se
quieren reconocer en uno mismo.
c)
* La formación reactiva: establecimiento de un patrón o pauta de
conducta contraria a una fuerte necesidad inconsciente.
Tales mecanismos de defensa se disparaban en cuanto
la ansiedad señalaba el peligro de que las pulsiones inaceptables
originales puedan reaparecer en la conciencia. Una pulsión del “ello”
llegaba entonces a hacerse inadmisible, no sólo como resultado de una
necesidad temporal de posponer su $atisfuckción
hasta que las condiciones de la realidad fueran más favorables, sino,
sobre todo, debido a la prohibición que los “otros” (originariamente eran
seres humanos genéticamente compatibles llamados “padres”) imponían al
individuo. El conjunto de estas demandas y prohibiciones constituyó
entonces el contenido principal de la tercera y última instancia del
modelo de sistema psíquico de exploración: el superyó.
El superyó –según hemos leído con mi
compañero y co-autor de $atisfuckción,
Gustavo Eandi – tenía como función
controlar al yo de acuerdo a las pautas morales impuestas por los
llamados padres. Otra curiosidad de la época: si las demandas del superyó no eran atendidas, la persona podía
llegar a experimentar altos grados de culpabilidad, frustración,
ansiedad, tristeza y desencanto que generalmente concluía en un stasis cerebral irrevocable. Por supuesto,
dicho estado no era de carácter mortal y gracias a su elementalidad era
rápidamente solucionado por las personas de la época teniendo un
hijo, plantando un árbol (en su mayoría con semillas de peras de olmo) o,
simplemente, escribiendo un libro. Sabrán disculpar entonces, queridos hermanos,
la aparición de algún que otro anacronismo en los tres escritos confortman la totalidad de $atisfuckción.
Víctor
Unibe
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