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CURITA
42 / SEP 11. 05
SATANÁS
DE $ 2,00
Hoy
es uno de esos días en los cuales me pregunto por qué mierda quise
ser escritor. Quiero decir... ¿Qué es lo que me impulsa a sentarme
todos los días frente
a una máquina a teclear palabras y palabras y más palabras? ¿La
culpa? ¿El estéril deseo de arreglar cuentas con mi pasado? ¿El
snobismo pequeño burgués de la figura del artista? ¿El miedo? ¿La
verdad? ¿La belleza? ¿La soledad? ¿El aburrimiento? ...A los
veinte años soñaba con tener una vida de documental arruinada por
la pobreza y la autodestrucción a cambio de la iluminación
creadora. Creía, como todo artista cachorro (a tu salud Dylan), que
lo uno era consecuencia de lo otro. Tal vez sea así, pero hoy mis
ojos ya no son tan románticos. Sin darme cuenta me he convertido en
un viejo niño explorador que se salió de la fila y olvidó cómo
regresar a casa. ¿Suena tierno? ...No lo es. Tampoco es tan dramático...
Es extraño, pero si uno asume que está “perdido”,
misteriosamente, deja de sentir que lo está. Los pasos sigilosos del miedo se transforman en pisadas de
gigante y en tu cabeza aparece una nueva voz que dice: “...Estás perdido. Mirate. Estás P-E-R-D-I-D-O... y Ellos no...” De algún
modo es la actitud que toman los monstruos: cuando ya no pueden
ocultar más su defecto, lo magnifican y lo exhiben
hasta convertirlo en su argumento de existencia.
Ciertamente es una manera trágica de ver la vida y de
“legitimarse” ante los demás; pero funciona. Las putas, los
borrachos, los nerds,los junkies, los geeks, los gordos, los
travestis, los gays, las lesbianas, los feos, los tontos, los
remingtons, los asesinos,
los homeless, etc... todos los que por alguna razón ocupan un lugar
“marginal” (marginal en el sentido de excéntrico,
que está fuera del centro o que tiene un centro diferente: Bill
Gates, por ejemplo, es un “marginal” dentro de la sociedad
occidental) recurren a este argumento que tiene el poder de la
redención católica por representar una y otra vez la vieja
historia de La Caída: la
versión oficial dice que Lucifer, el ángel más bello del cielo
fue expulsado del cielo por detentar el poder supremo de Dios y
confinado desde entonces -y para siempre-
a reinar en las tinieblas. Si echamos un vistazo al arte
cristiano medieval veremos a un “ángel” que dista mucho de los
cánones de belleza de aquellos tiempos.
Lucifer, el expulsado, el que se atrevió a cuestionar el régimen
celeSStial, el más bello
e inteligente de los alados, es degradado estéticamente y su figura
es reducida a la categoría de simple “imitador” del
todopoderoso. Según esta versión oficial, podemos aventurar que el
Príncipe de las Tinieblas, el hijo rebelde, el primer personaje
literario que posee las características de un “monstruo” (un
pasado excepcional e insigne que lo aleja de la media y lo
inhabilita para cualquier rol social establecido, una mentalidad no-standar
que cuestiona su existencia y por extensión la de los demás) es
acorralado por sus ideas y ante la imposibilidad de conciliar éstas
con las de la mayoría, encuentra en la exageración de su
“diferencia” la justificación de su destino y su poder de
seducción: los monstruos quieren gustar, no asustar. Revisando
nuestro pasado más reciente, podemos ver cómo el siglo XX celebró
y fomentó un aluvión de “ovejas negras” destinadas a gustar
“horrorizando” (¿o viceversa?)
a través del viejo y reciclado mito de Satanás: el Rock &
Roll. El Rock se sirvió de este ideario luciferino de expulsión y
caída para justificar su no-lugar dentro de la sociedad
norteamericana en los años 50’ y su proscripción hizo el resto.
Nada es más vendedor que lo prohibido. En este sentido, el todopoderoso mercado afiló nuevamente sus dientes y capitalizó
esta “rebeldía” juvenil a su favor inventando la figura de un
satanás de 2 pesos: el ícono pop.
“Si tus padres lo
odian, debe valer la pena” -así comenzaba la transmisión
radial de la KWRZ en la costa oeste de los EE.UU en el año 1955
refiriéndose al pequeño bebé del diablo bautizado rock &
roll. En la mente de todos los púberes masca-gomas, James Dean
conducía automóviles plateados a 300 km/h y todas las noches se
hacia pedazos con una gran sonrisa cocida en la cara; Marlon Brando
no se sacaba el cigarrillo de la boca ni cuando se bañaba y Elvis
era Elvis las 24 hs del día los 365 días del año. Todos los
chicos querían tener la melancolía desgarbada de James Dean, el
odio animal de Brando y el glamour gelatinoso de Elvis... a la vez.
Y las chicas... bien las chicas se contentaban con que los muchachos
tuvieran un automóvil y un radio donde sonara rock & roll.
Por supuesto, la tentación por lo “no oficial” siempre
existió y en lo que a música se refiere antes del rock estuvo el
jazz (catalogada como
“música de negros analfabetos y ateos”) y su contemporáneo satánico,
la composición atonal (o también conocida como “música de
europeos desquiciados”). El tiempo, como siempre, hizo su
trabajo solitario y silencioso y hoy nadie se atrevería a
hablar de la “pobreza” del Jazz o de la “arbitrariedad” de
la música atonal. Un buen ejemplo de lo endeble de este tipo de
juicios cristianos de valoración es el Ulysses
de James Joyce, acusado en su época de “pornográfico” y
prohíbido durante cuarenta años y hoy presentado
en todas las universidades del mundo (la universidad de MDP
pareciera no pertenecer al mundo) como una “joya” literaria. En
fin... Lo bueno es que James Joyce, gracias a dios, fue un escritor
“poseído” por el Diablo. La publicación de Ulysses
le significó la expulsión del paraíso literario de su época y,
como el viejo Satán, imposibilitado de “gustar” se dedicó a
seducir “horrorizando” y así nació Finnegan’s Wake, su última novela y su reino infernal
intraducible. Hoy, por supuesto, hay museos, plazas, calles, etc...
que llevan su nombre (esta “curita” sin ir más lejos tiene su
nombre) y poco queda de aquel sentir “satánico” de trasgresión
artística: nombrarlo queda bien.
El siglo XX nos ha moldeado a su antojo con respecto a la adoración
de pequeños “diablillos” y a su caducidad. Los primeros Rolling
Stones ejercían la fantasía diabólica de la trasgresión y la
utilizaban y a su vez eran utili$ados. Pero hoy ya no espantan
nadie: resultan tiernos. La cola del Diablo hoy está en rap o en la
versión vernácula de estas pampas: la cumbia villera. Pero incluso
esa pureza testimonial ha sido absorbida por el sistema. Diablos
eran los de antes. Y sin embargo la vieja maquinaria sigue funcionando y
espantando y haciendo reír. ¿Quién, sino el Diablo, es el máximo
promotor del reino de Dios? ¿No es acaso el “infierno” el mejor
prospecto para vender unas tranquilas vacaciones en el “cielo”?
¿No es acaso Kurt Kobain desparramando su cerebro sobre la alfombra
la mejor manera de persuadirnos de que no hay que tomarse las cosas
tan en serio?...Pero hay algo que nos seduce en esas vidas que desafían
los límites, que los corren. Está en nuestra sangre, en nuestra
mente, en nuestra manera judeo-cristiana de traducir el mundo. La
figura de Satanás (como la de cualquiera de los “monstruos”
nacidos de la literatura) nos seguirá cautivando por su valentía
y, por qué no, por su ingenuidad: si el Diablo fuera tan
inteligente como lo supone el imaginario colectivo, se daría cuenta
de que está siendo utilizado por Dios para beneficio de éste.
Pensar a Dios sin el Diablo es como imaginar a
David Bowie en los
70’ sin maquillaje ni teatralidad queer.
En este sentido, Lucifer es el primer mártir cristiano, el primer
niño explorador que se perdió en el bosque encantado llamado vida:
él juega a “asustar” y nosotros jugamos a “asustarnos”.
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