A
los trece años mi criterio literario era sumamente filantrópico y
todo (o casi todo) lo que caía en mis manos me venía bien. En ese
entonces leía enciclopedias, revistas pseudo-científicas, libros
de física nuclear (una vez provoqué una reacción en cadena con 7
u 8 escarbadientes) y apresuradas ediciones de libros de ciencia
ficción de autores de segunda línea. Mi vocación era la astronomía:
Ich will Astronom werden...
Mi idea de la vida perfecta era vivir en un observatorio donde nadie
me molestara y donde todo el tiempo estuviera en contacto con las
estrellas, la música clásica, el jazz de la primera época y el
alcohol ...y me pagaran por hacerlo! Aún me resulta una idea
fascinante. Fue en esa época cuando decidí leer una novela entera
de la página 1 a la página 250. Ya entonces sentía una poderosa
atracción por el mundo de los libros y, más específicamente, por
el de los escritores. A su modo, ellos también ambicionaban una
fuga permanente del mundo. La novela se llamaba Yo
viví en el 3000 y, como su título lo indica, era un relato de
anticipación científica. Del argumento me acuerdo poco y nada; del
autor, salvo que era alemán, nada. Sí, en cambio, recuerdo lo que
sentí al “finalizar” el libro. Nunca antes había pensado en el
futuro en términos
colectivos. A esa edad uno disfruta o sufre (a veces es lo mismo)
imaginando que algún día será tal o cual cosa y que le pasará
esto o aquello, pero nunca se plantea el noble interrogante de cuál
será el destino de la humanidad. Y está bien que esto sea así.
Quienes entran tempranamente al mundo de los libros sacrifican
tempranamente su ingenuidad y sus probabilidades de aspirar a la
“felicidad”. La literatura es el ejercicio de la resignación:
se renuncia a un “protagonismo”
activo en la vida a cambio de una situación excéntrica más
profunda y a priori, más “real”. Pero incluso esa transformación
es ilusoria. No hay lugares definitivos. No hay lugares seguros. A
veces pienso que es un error querer estar siempre en lo correcto.
Todo el mundo cree estarlo y actúa en consecuencia a esa idea
bastardeando y rebajando al otro. Todos, sin excepción, vivimos
apuntando con el dedo a los demás. Yo suelo hacerlo con bastante
frecuencia y no es algo de lo que me enorgullezca. Es miedo. Sólo
es miedo en estado puro... supongo que esa es la razón por la cual
ambicioné y ambiciono un retiro permanente de la vida. Si se lo
piensa bien, todos buscamos vivir en un estado de permanentes
vacaciones de verano. Ya sea en el centro de una gran ciudad o en
pleno desierto, todos deseamos prolongar la no responsabilidad de la
infancia. La idea de dios es un concepto infantil; la idea de la
fama, del poder, del dinero y del sexo que ejercemos, también. Creo
que no muchas personas a lo largo de la historia de la humanidad han
superado los 13 años de edad mental.
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