volver a curitas.

CURITA 39 / AGO 14. 05

NUESTROS 

TRES SUEÑOS

 

Existen infinidad de historias que hablan de ese otro mundo donde todos vivimos a diario: los sueños. En comparación con la Astronáutica, la Psicología recién ha descubierto su rueda hace apenas un siglo y sus alcances, más que logros, siguen siendo tentativas de un saber escurridizo. La exploración espacial ha perdido el interés que supo tener en las décadas pasadas y sin temor a equivocarme auguro un nuevo tipo de explorador espacial: el neuronauta. El nuevo mundo siempre estuvo sobre nuestros hombros y para llegar a él hay que atravesar las turbulentas aguas de los sueños, donde todo, menos nosotros, existe. ¿Existe alguien en este planeta que este preparado para la inexistencia? La historia que transcribiré a continuación se llama Los tres sueños de Aben Beitar y pertenece al libro World by the World que fue editado por Taschen en el 2002. El libro recopila poco más de 1000 relatos cuyo tema central son los sueños de los grandes escritores de todos los tiempos. Según las notas de referencia el relato es de autor anónimo, pero se cree que pertenece a Ibn Abdhed, el más prolífico de los biógrafos del Profeta. Más allá de su calidad literaria, me interesa la historia de este “soñador” en tanto y en cuanto plantea el problema central de los futuros neuronautas: la dolorosa aclimatación. La locura sólo es la imposibilidad de dicha aclimatación a la inexistencia. Una de las voces de William Shakespeare, el “monstruoso” Ricardo III, dice en uno de los  momento literarios de aclimatación más conocidos de la historia: “...Estamos hechos de la misma tela que nuestros sueños y nuestra corta vida cercada de sueños está...”  Nada más que agregar.

 

 

 

Los tres sueños de Aben Beitar 

 

“...Mi nombre es Aben Beitar. Ayer vivía en el Oasis de Al Ahmed, mi amo y como todos los hombres (como tú)  elegí la noche y la soledad para descansar; pero soñé. Y en mis sueños me convertí en un árbol: siendo una minúscula semilla pronto comencé a precipitarme hacia las alturas y cuanto más profundo se hundían mis raíces en la tierra, más arriba mis ramas se proyectaban. Fui el orgullo del sol, el juguete del viento, la razón de la lluvia. Y desperté. Afortunado, como todos los hombres que abren los ojos en el Oasis de Al Ahmed (como tú), agradecí a mi amo por el nuevo día que me obsequiaba y me dispuse a cumplir con mis tareas, pero apenas dí un paso recordé mi bello sueño y una profunda tristeza invadió mi corazón. Y no pude, no quise (como tú) resistirme a su voluntad y nuevamente me acosté a dormir y a soñar. Y soñé: aún más alto, aún más bello, fui el mismo árbol que antes había sido y sin dificultades dí mis primeros frutos y permití que los pájaros se alimentaran con él. Inéditamente, fui feliz; y ya no quise volver a despertar. Una y otra vez abrí mis ojos a lo largo del día y una otra vez me obligué a cerrarlos: tan grato era ser un árbol, tan venturoso era sucederme en las ramas y reducirme en un fruto que al fin, me olvidé de mis tareas, me olvide de Al Ahmed y, por sobre todas las cosas, me olvidé de mí. Pero como todos los hombres que vivían el Oasis de Al Ahmed (como tú) irrevocablemente desperté. Y la noche se extendía a mi alrededor. Y la luna brillaba sobre la arena. Y tuve sed y ya no había agua. Y busqué el Oasis y ya no había Oasis. Y quise volver a soñar y ya no había árbol...” 

volver