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CURITA 37 / JUL 27. 05

NOTAS PARA UNA FUTURA CARTA DE 

FRANKENSTEIN AL DR. VIKTOR 

FRANKENSTEIN

 

Queridos lectores y/o amigos del inestable Remington Kid. Les escribe su próximo revuelve-sesos, el gran Dr. Ácula. Mi paciente (uno de mis favoritos, por cierto) se encuentra atravesando una de sus usuales perturbaciones tercermundistas y nuevamente presenta esa mirada de página en blanco con cursor titilante tan temida por los novios que deben argumentar su amor, los almaceneros a los que se les pide fiado  y algún que otro escritor (por cierto, ¿aún quedan o ya corrieron la misma suerte que los Family Games?) Como sea... mi paciente, o como me gusta llamarlo en la intimidad: mi impaciente paciente, se ha encerrado en su habitación y ha tapiado la ventana con maderas de dos pulgadas de espesor. En términos clínicos, esto significa que su lóbulo frontal se ha contraído y está fuera del alcance de cualquier tipo de estímulo, dándole el típico aspecto de “alma en pena” o como me gusta llamarlo a mí, el de “pobre desgraciado”. El lóbulo frontal ocupa toda la región anterior y descansa sobre una plataforma ósea que lo protege. Es, sin lugar a dudas, la “perla” perdida en el fango, el home sweet home de los bípedos, puesto que es allí  donde se recupera la información almacenada en otras regiones del cerebro y hace que nos mantengamos “en línea”. Allí reside la capacidad de mirar hacia el futuro y también la motivación y las ganas de hacerlo... porque es el lóbulo frontal y no el kilo y medio de vacío llamado corazón, el que interviene en el control de las emociones (ups! espero no haber destrozado el lóbulo frontal de ninguna poetisa fan de las odas al corazón desesperado). Pero volvamos a Remington, a su ostracismo vacuno. Como a uds., también me molesta que no cumpla los plazos establecidos para las “Curitas”.  Pero eso va a cambiar. He decido practicar una intervención en su parte anterior, en el córtex prefrontal. En una palabra: lobotomizarlo. Esta antigua técnica quirúrgica es una de mis especialidades y, porque no decirlo, una de mis dulces vicios. La historia nos dice que este tipo de intervenciones se justificaba en casos considerados como desesperados: delincuentes muy violentos, depresiones profundas o dolores muy intensos e intratables y que la persona “lobotomizada” perdía toda motivación y capacidad de “actuación”, con lo que dejaba de ser violenta o ya no se suicidaba por la depresión o el dolor. En realidad, los pacientes declaraban que sentían el dolor con la misma intensidad que antes, ¡pero ya no les importaba! Ja,ja,ja... Por supuesto, no es lo que queremos que ocurra con nuestro querido amiguito. Remington Kid debe suicidarse. Y lo hará. Alguien debe ser Remington Kid. Es tan terapéutico, en fin... sólo aplicaré un pequeño pinchazo en su lóbulo frontal para despabilarlo. Algo así como sacarle una madera de la ventana para que pueda ver un pedazo cielo y respire un poco de aire de esa horrible-hermosa cosa llamada mundo. A continuación adjunto unos textos que el “pobre desgraciado” me pasó por debajo de la puerta. El título de esta “Curita” es de mi autoria. No creo que a él le importe demasiado. No es su estilo: “poor, poor, poor little Frankestein...” 

 

 

Uno

 

“...Imagino (¿tengo autoridad para escribir esa palabra?) que debería ser como un autobús norteamericano; esos que son plateados y levemente redondeados en sus puntas, que viajan toda la noche atravesando los desiertos y los pueblos apenas bosquejados con estaciones de servicio y moteles, donde cada tanto se pueden ver camionetas F-100 volcadas e incendiadas a los costados de la ruta.  Ésos, los que siempre llevan a personas que están escapando hacia ningún lugar;  melancólicos pasajeros (un cura presbiteriano , una quinceañera embarazada, un soldado desertor, un alcohólico de treinta que parece de cincuenta) que no dejan de mirar el cielo a través de la ventanilla tratando de convencerse de que eso de las “estrellas fugaces” es un cuento para niños, pero que intimamente desean que caiga una antes de que llegue el sueño, antes de que llegue el día y la luz del sol los haga inevitables; Imagino que debería ser así, como ese autobús y que debería irradiar  esa atmósfera azul de viaje definitivo que poseen las personas que han descascarado su corazón como una cebolla hasta quedarse con las manos vacías, las que ya han llorado lo que a cualquiera le hubiera llevado diez vidas hacerlo, las que ya no extrañan, las que ya han escuchado todos los latidos de su corazón y aún así continúan creyendo en su música, en la entrópica música del mundo. Lejos de todo y de todos. Pero cerca, muy cerca de ellas mismas; lentas y apacibles y tristes como las nubes que cruzan el  cielo a la hora de la siesta...” 

 

 

Dos

 

“...Imagino que es así, que su sonrisa es la cicatriz de una herida que se llama “pasado” y se apoda “futuro”, que como yo sólo es un rejunte de pedazos torpemente unidos que se deshilachan a cada paso porque se mueven, porque se exponen al sol y se decoloran; porque se usan. Imagino su frágil transcurrir de pez rojo brillando en las profundidades de un mundo negro y congelado, buscando, como yo, la salida hacia el otro mundo, el blanco, donde nada entorpece la vista; donde todo está por ocurrir, donde uno se ve a sí mismo esperándose de pie y con los brazos abiertos...”

 

Tres

 

“...Camino junto a la ruta por la que pasan los camiones de ganado como un astronauta feliz. Está atardeciendo. Nadie me ve. Las luces de los postes se encienden a mi paso y se extienden más allá de donde llega mi vista. Todas las señales del camino apuntan hacia adelante. Incluso las nubes se mueven en esa dirección. Camino aún más lentamente. Sé que alguien ha llegado a la ruta y está levantando sus brazos formando una T, esperándome. ¿Será tu criatura, doc?...”

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