Queridos
lectores y/o amigos del inestable Remington
Kid. Les escribe su próximo revuelve-sesos, el gran Dr.
Ácula. Mi paciente (uno de mis favoritos, por cierto) se encuentra
atravesando una de sus usuales perturbaciones tercermundistas y
nuevamente presenta esa mirada de página en blanco con cursor titilante
tan temida por los novios que deben argumentar su amor, los almaceneros
a los que se les pide fiado y
algún que otro escritor (por cierto, ¿aún quedan o ya corrieron la
misma suerte que los Family Games?) Como sea... mi paciente, o como me gusta llamarlo en
la intimidad: mi impaciente
paciente, se ha encerrado en su habitación y ha tapiado la ventana con
maderas de dos pulgadas de espesor. En términos clínicos, esto
significa que su lóbulo frontal se ha contraído y está fuera del
alcance de cualquier tipo de estímulo, dándole el típico aspecto de
“alma en pena” o como me gusta llamarlo a mí, el de “pobre
desgraciado”. El lóbulo frontal ocupa toda la región anterior y
descansa sobre una plataforma ósea que lo protege. Es, sin lugar a
dudas, la “perla” perdida en el fango, el home
sweet home de los bípedos, puesto que es allí
donde se recupera la información almacenada en otras regiones
del cerebro y hace que nos mantengamos “en línea”. Allí reside la
capacidad de mirar hacia el futuro y también la motivación y las ganas
de hacerlo... porque es el lóbulo frontal y no el kilo y medio de vacío
llamado corazón, el que interviene en el control de las emociones (ups!
espero no haber destrozado el lóbulo frontal de ninguna poetisa fan de las odas al corazón
desesperado). Pero volvamos a Remington, a su ostracismo vacuno. Como a
uds., también me molesta que no cumpla los plazos establecidos para las
“Curitas”. Pero eso va
a cambiar. He decido practicar una intervención en su parte anterior,
en el córtex prefrontal. En una palabra: lobotomizarlo. Esta antigua técnica
quirúrgica es una de mis especialidades y, porque no decirlo, una de
mis dulces vicios. La historia nos dice que este tipo de intervenciones
se justificaba en casos considerados como desesperados: delincuentes muy
violentos, depresiones profundas o dolores muy intensos e intratables y
que la persona “lobotomizada” perdía toda motivación y capacidad
de “actuación”, con lo que dejaba de ser violenta o ya no se
suicidaba por la depresión o el dolor. En realidad, los pacientes
declaraban que sentían el dolor con la misma intensidad que antes, ¡pero
ya no les importaba! Ja,ja,ja... Por supuesto, no es lo que queremos que
ocurra con nuestro querido amiguito. Remington Kid debe suicidarse. Y lo
hará. Alguien debe ser Remington Kid. Es tan terapéutico, en fin... sólo
aplicaré un pequeño pinchazo en su lóbulo frontal para despabilarlo.
Algo así como sacarle una madera de la ventana para que pueda ver un
pedazo cielo y respire un poco de aire de esa horrible-hermosa cosa
llamada mundo. A continuación adjunto unos textos que el “pobre
desgraciado” me pasó por debajo de la puerta. El título de esta
“Curita” es de mi autoria. No creo que a él le importe demasiado.
No es su estilo: “poor, poor,
poor little Frankestein...”
Uno
“...Imagino
(¿tengo autoridad para escribir esa palabra?) que debería ser como un
autobús norteamericano; esos que son plateados y levemente redondeados
en sus puntas, que viajan toda la noche atravesando los desiertos y los
pueblos apenas bosquejados con estaciones de servicio y moteles, donde
cada tanto se pueden ver camionetas F-100 volcadas e incendiadas a los
costados de la ruta. Ésos,
los que siempre llevan a personas que están escapando hacia ningún
lugar; melancólicos
pasajeros (un cura presbiteriano , una quinceañera embarazada, un
soldado desertor, un alcohólico de treinta que parece de cincuenta) que
no dejan de mirar el cielo a través de la ventanilla tratando de
convencerse de que eso de las “estrellas fugaces” es un cuento para
niños, pero que intimamente desean que caiga una antes de que llegue el
sueño, antes de que llegue el día y la luz del sol los haga
inevitables; Imagino que debería ser así, como ese autobús y que
debería irradiar esa atmósfera
azul de viaje definitivo que poseen las personas que han descascarado su
corazón como una cebolla hasta quedarse con las manos vacías, las que
ya han llorado lo que a cualquiera le hubiera llevado diez vidas
hacerlo, las que ya no extrañan, las que ya han escuchado todos los
latidos de su corazón y aún así continúan creyendo en su música, en
la entrópica música del mundo. Lejos de todo y de todos. Pero cerca,
muy cerca de ellas mismas; lentas y apacibles y tristes como las nubes
que cruzan el cielo a la
hora de la siesta...”
Dos
“...Imagino
que es así, que su sonrisa es la cicatriz de una herida que se llama
“pasado” y se apoda “futuro”, que como yo sólo es un rejunte de
pedazos torpemente unidos que se deshilachan a cada paso porque se
mueven, porque se exponen al sol y se decoloran; porque se usan.
Imagino su frágil transcurrir de pez rojo brillando en las
profundidades de un mundo negro y congelado, buscando, como yo, la
salida hacia el otro mundo, el blanco, donde nada entorpece la vista;
donde todo está por ocurrir, donde uno se ve a sí mismo esperándose
de pie y con los brazos abiertos...”
Tres
“...Camino
junto a la ruta por la que pasan los camiones de ganado como un
astronauta feliz. Está atardeciendo. Nadie me ve. Las luces de los
postes se encienden a mi paso y se extienden más allá de donde llega
mi vista. Todas las señales del camino apuntan hacia adelante. Incluso
las nubes se mueven en esa dirección. Camino aún más lentamente. Sé
que alguien ha llegado a la ruta y está levantando sus brazos formando
una T, esperándome. ¿Será tu criatura, doc?...”
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