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CURITA
30 / JUN 05. 05
TORTAS
DE CUMPLEAÑOS DESDE
EL
ESPACIO EXTERIOR
Uno
de mis autores favoritos, Samuel
Popp, publicó
alguna vez una de las novelas más bellas y extrañas que jamás
se han escrito: “La Hija del Astronauta” (Faber & Faber,
1975). El argumento de la novela (como toda la obra de Popp, como el
mismísimo Popp) es tan profuso que acaba por afantasmar su orígen.
Si uno dijera que
La Hija del Astronauta es una historia de imaginación
basada en la corta y extraviada vida de
Katty See, estaría bien encaminado, pero no sería un
juicio exacto; si uno dijera que sólo es una ficción-panfleto del loser
norteamericano, una genealogía, tampoco; lo cierto es que la prosa
de Popp navega en una frontera incierta de la literatura
donde cualquier semejanza con la realidad es ya la realidad.
Su “mundo” imaginario está hecho con los escombros del nuestro,
con sus desperdicios. En TEXT-ASS, su reciente y más
ambiciosa novela, Popp lleva al límite su teoría residual y
plantea un mundo incompleto
creado por escritores mediocres donde él (como nosotros en
el nuestro) sólo puede padecerlo. Según Popp, el simple
hecho de haber imaginado un mundo torpemente “escrito” es ya un
indicio de que se vive en él. No es casual la cita de Shakespeare
(Jacques Pierre, en la novela) que abre la narración en francés
galo: “... La vida es un
cuento narrado por un idiota / llena de sonido y furia...” Tal
y como les sucede a los escritores novatos, a sus ficciones, todo en
el mundo de Popp está desperdiciado por la impericia: los
personajes nunca están “logrados” (a veces son torsos o no
tienen boca o quieren suicidarse pero no tienen venas o saben que
tienen que hacer o decir algo pero no saben qué) y en cuanto al
paisaje es muy común toparse con departamentos suspendidos en el
aire a la altura del 10° piso de un edificio que no existe o
con casas que sólo son fachadas o con cuadras y cuadras de
pequeñas esquinas lluviosas situadas una al lado de la otra donde
cada dos metros hay una persona que espera debajo de un paraguas y
mira la hora. El mundo que nos ha tocado vivir -dice Popp- ha
crecido y se extendido a nuestro alrededor como un set de filmación
cuyos límites son imprecisos. Nadie sabe dónde empiezan las cosas
“reales” y dónde terminan;
y por sobre todas las cosas, nadie sabe si está dentro de su
“película” o aún peor, si hay
una “película”. Pero volvamos a La Hija del
Astronauta.
Todo comienza con la historia de Katty See. Su nombre,
por supuesto, no nos dice nada. El de su padre, tal vez. Elliot
See, el “tejano”, fue uno de los dos “civiles” elegidos
por la N.A.S.A para formar parte del grupo de adiestramiento de una
profesión que aun para aquel septiembre de 1962 sonaba un tanto
rara: astronauta. El otro “civil” era Neil Armstrong.
Elliot y Neil se hicieron muy amigos durante el adiestramiento y el
chico de Wapakoneta en más
de una ocación hizo público su deseo de co-tripular la nave que
llegara a la luna junto a su amigo tejano.
Pero esto, como ustedes saben, sólo ocurrió a medias: Neil
Armstrong sí pisó la luna en julio de 1969. En cambio, Elliot
See, quedó en el camino: murió el 28 de febrero de 1966 luego
de que el reactor T-38 que piloteaba se estrellara en las
proximidades de Saint Louis. Es en este punto donde Samuel Popp
empieza a contar la historia de Katty See: “...Imaginemos
un cielo nocturno -escribe Popp- donde
fuera posible alzar la vista y ver la infinita y estática danza de
las estrellas; imaginemos, además, un cielo radiante y despejado;
imaginemos, tal vez, una gran nube blanca con forma de torta de
cumpleaños, alejándose; imaginemos un cartel blanco con letras
verdes que dice “Bienvenidos a Atomic Valley”; imaginemos una
calle y diez casas blancas exactamente iguales; imaginémonos un buzón
de madera que dice SEE 2
y una pequeña senda de piedras que termina al pie de una escalera
ancha de tres descansos; imaginemos que la subimos; imaginemos que
somos el teniente John “cíclope”Howart; imaginemos que nos
acomodamos el parche de terciopelo y que luego nos limpiamos las
lagañas de nuestro ojo vivo
con la bandera doblada de los muertos; imaginemos que tocamos
el timbre y que después de un minuto la puerta se abre; imaginemos
a Marggie See con el maquillaje corrido y el hedor de cuatro
Martinis en la boca; imaginemos que no vemos la hora de servirnos el
quinto; imaginemos dos lágrimas en la mejilla mientras subimos las
escaleras interiores; imaginemos una puerta entreabierta con un
elefante rosa dibujado en una hoja de papel; imaginemos dos nombres
escritos con torpeza, uno sobre el otro ; imaginemos pequeños pasos
que se acercan; imaginemos que vemos a Marggie See moviendo los
labios durante unos minutos y que luego
se marcha; imaginemos que somos Katty See y que tenemos siete
años y dos tapones de algodón en los oídos;
imaginemos
que vemos en el cielo una gran torta de cumpleaños, alejándose;
imaginémonos imaginar...”
En
Nueva York, la palabra “extravagante” puede que
signifique lo mismo que la palabra “loca” y que se las utilice
en forma indistinta y casi como una virtud; pero Katty See tuvo la
mala suerte de haber nacido en Texas , donde la gente
“extravagante” está “loca” como una cabra. Y fue así
entonces que Katty See, por una fortuna gramático-estatal, nació
“loca” como una cabra. A ella, por cierto, poco le importó
(estaba loca como una cabra) y de ese modo creció en el desmesurado
Atomic Valley. Según Popp, lo primero que Katty escribió en
su cuaderno de clases fue su presentación en sociedad. Los maestros
son iguales en todo el mundo e intentan “saber” más de
“sus” niños a través de la escritura y del modo en que la
ejecutan. Pues bien, esto fue lo que Katty escribió: “...Mi
nombre es Katty See y nací en TEXT-ASS.
Mi papá se llama Elliot y vive en el espacio y me manda tortas de
cumpleaños. Mi Mamá no...” Obviamente, todos sus compañeritos
se rieron de ella. Fue allí, en ese momento, luego de este brusco
primer contacto con el mundo que Katty
decidió empezar a usar tapones de algodón en sus oídos.
Los niños siempre le parecieron unos tontos sin dientes que sólo
se reían cuando la veían a ella. Eran tristes. Y ella no. Primer
problema. Katty rápidamente se dio cuenta que a la gente no le
gustan las personas “alegres”. Y por eso aprendió a llorar y ya
ya nunca pudo dejar de hacerlo. Cuando alguien le hablaba ella
miraba el movimiento de sus labios e imaginaba que le contaban
historias de mascotas muertas, de vestidos que se habían ido a
otros cuerpos, de camas que se habían devorado a personas demasiado
dormilonas... Katty nunca oyó lo que le decían o, mejor dicho,
siempre escuchó otra cosa. Y así creció. En la televisión, en la
tienda, en las estaciones de servicio la gente hablaba del clima y
de los partidos de fútbol, pero
ella oía otras cosas; cosas, la mayoría de las veces,
tristes. Su madre, Maggie See, era una persona triste que siempre
estaba riéndose porque tomaba “agua de risa embotellada”. Katty
una vez probó, pero de inmediato comprendió que la alegría es
amarga y ya no volvió a intentarlo. Fue al día siguiente que su
padre volvió y se encerró en la cochera para readaptarse al clima
terrestre. Eso fue lo que le dijo su madre cuando entró en su
cuarto aquella mañana con la bandera de los EE.UU doblada 17 veces.
Fue a partir de ese momento que Katty comenzó a enviarle cartas a
su padre por debajo de la puerta de la cochera: “...Papi,
hoy vi la tele y un rus que se apellida Gagarin, te mandó muchos
besos y dijo que esperaba que pronto pronto te a-cli-ma-ta-r-as así
podías llevarme al zoo. Besos. Yo...” o “...
Papi, espero que el río de la alegría nunca se seque porque sería
muy feo ver a mamá triste-triste. Besos. Yo...” o “...Papi,
te odio. Hoy estaba en la tienda y por la tele pasaron el alunizaje
del Apollo XI ¿No íbas a ser vos, Papi? Tus amigos son feos. No te
esperaron. Igual te mando besos. Yo...” Según Popp, fueron
diez años de correspondencia donde Katty le contaba cosas de su
vida al traje de astronauta de Elliot See, guardado en un armario de
la cochera. Lo curioso, es que Katty jamás intentó entrar para
“hablar” con él. Hasta que llegó el día de su graduación y
le pidió por escrito que esa noche subiera a la casa y estuviera
con su mamá durante cuatro horas así ella podía usar el traje de
astronauta. Por supuesto, nadie la había invitado a ser su
“pareja”, pero eso no fue problema para Katty. Antes de irse
aquella noche, se quitó los tapones de los oídos y pudo escuchar
los gemidos de su madre en la habitación. Todo estaba bien. Papá
había subido. Esa era la señal. Según relata Popp, aquella noche
fue una pesadilla: todos se rieron de la hija “loca” del
astronauta que pudo haber llegado a la luna. Pero Katty siempre
escuchó y vio cosas diferentes. De modo que jamás se percato de
que se burlaban de ella y que luego de la fiesta fue violada por
seis compañeros de su escuela sin sacarle el traje de astronauta.
Durante la cópula Katty miró las estrellas y así se quedó hasta
que se hizo de día y una gran torta de cumpleaños cruzó el cielo.
Lo primero que hizo al regresar fue coser el traje desgarrado de su
padre y devolverlo a su lugar con una nota que decía simplemente
“gracias”. A partir de ese momento, Katty comenzó a pedirle a
su padre (siempre por escrito) que le dejara usar su traje y que
subiera a la casa a hacer “ejercicios” de aclimatación con su
madre. Es aquí donde la historia se torna aún más extraña:
Samuel Popp, el escritor, en la mitad de la novela confiesa que él
era el amante de Maggie See; que era él quien se quedaba haciendo
“ejercicios” de aclimatación mientras Katty usaba el traje de
su padre y que no le sorprendió que Katty saliera una noche y ya no
volviera nunca más. Ni ella ni el traje de astronauta, por
supuesto. Tal y como había escrito Samuel Popp en los borradores de
su novela, Katty See fue vista por última vez en la calle principal
de Atomic Valley vestida con el traje de astronauta de su
padre, llorando. Sin embargo, existe un detalle estremecededor:
antes de irse, Katty See había tachado la palabra “llorando” y
había escrito arriba, con tinta azul “riéndo”. Y así fue en
realidad como fue vista por última vez: riendo. En TEXT-ASS,
la última novela de Popp, uno de los personajes, un joven escritor
sudamericano que bombardea Internet con sus textos, se propone
contar la vida de Katty See tratando de entender la extraña mente
de una joven que decide dejar de escuchar a las personas y vivir en
un traje de astronauta. Me gusta pensar que ese personaje de Popp,
ese joven escritor sudamericano que bombardea Internet con sus
textos soy yo. Me gusta la idea de ser un personaje de Popp porque
siempre trata de que las cosas salgan lo mejor posible y escribir
que me gusta la idea de ser un personaje de Popp porque siempre
trata de que las cosas salgan lo mejor posible, interiormente, me
tranquiliza. Aún cuando esté condenado a un mundo de residuos
literarios y narraciones torpes e incompletas, vale la pena vivir en
un lugar donde los personajes secundarios son protagonistas.
Nadie sabe en verdad qué fue de la vida de Katty See. Sólo espero
que haya leído la novela de Samuel Popp (La Hija del
Astronauta) a tiempo y que ahora esté descansando, echada boca
arriba sobre una pradera, vestida con el traje de astronauta y
esperando que en el cielo pase la próxima torta de cumpleaños que
le envía su padre desde el espacio exterior. Que así sea. Así es.
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